Richard Wagner (Leipzig, 1813 - Venecia, 1883)
Preludio y Muerte de amor de Tristán e Isolda
Seguramente desde mucho antes de que Safo en sus versos exclamara: «Eros de nuevo, embriagador me arrastra, dulciamarga, la irresistible bestezuela», hasta mucho después de que Leopoldo Lugones escribiera: «Al promediar la tarde de aquel día, cuando iba mi habitual adiós a darte, fue una vaga congoja de dejarte lo que me hizo saber que te quería», la poesía se ha esforzado por encontrar la manera de expresar el misterio del momento en el que nos descubrimos enamorados. En la música, un solo instante milagroso resume todos los osares de la palabra: los primeros tres compases del Preludio al drama musical Tristán e Isolda de Richard Wagner.
«Dadme un corazón, un espíritu, las entrañas de una mujer en la que pueda sumergirme por completo, que me abarque totalmente... ¡Qué poco necesitaría entonces del mundo!», le escribió Richard Wagner a Franz Liszt en 1852, sin saber que el destino estaba a punto de poner en su camino a Mathilde Wesendonck, mujer quince años menor que él, joven, bella, culta, e inteligente, casada con el rico y refinado comerciante de sedas Otto Wesendonck, admirador de su música y quien se convertiría en uno de sus más importantes mecenas, y el cual puso a su disposición, en 1857, una casa en los jardines de su finca en Zúrich, lugar en el que Wagner comenzó la composición de la obra que se convertiría en un parteaguas de la historia de la música en general y de la ópera en particular, Tristán e Isolda.
El origen de la leyenda de los amantes que quedan irremisiblemente unidos en un amor prohibido como consecuencia de haber ingerido una poción que despierta en ellos una pasión que los lleva a transgredir valores fundamentales como el honor, la fidelidad y la lealtad, se pierde en los vericuetos de la historia. Sin embargo, para cuando llega a principios del siglo XIII, uno de los puntos medulares de la interpretación que Wagner hace de la misma, la disolución de la dualidad en lo uno, ya se encuentra presente en la pluma de Gottfried von Strassburg:
«Cuando por fin la muchacha y el hombre, Isolda y Tristán, hubieron bebido los dos la poción, entonces hizo su aparición ese poder que roba al mundo todo su descanso, el amor, acechador de todos los corazones, quien se introdujo sigiloso en el de cada uno de ellos. Antes de que se dieran cuenta, plantó su bandera triunfante y sometió a ambos a su poder. Se convirtieron en un solo ser unido, ellos que antes habían sido dos y estado separados.»
Arthur Schopenhauer —«el filósofo más grande después de Kant» según Wagner— identificaría el «poder que roba al mundo todo su descanso» de Gottfried von
Strassburg con la «voluntad de vivir» que mueve al mundo y al hombre, deseo de existir nunca satisfecho que conduce al sufrimiento, y de cuya tiranía la única posibilidad de redención es la muerte. Así, la desaparición del objeto del deseo hace que éste trascienda y se transfigure al sumergirse quien lo experimenta en la suprema voluptuosidad del universo, tal y como sucede en la Muerte de amor de Isolda, momento hacia el que apunta toda la construcción de la obra y en la que se resuelve la tensión del drama.
Si en realidad, como afirmó Jorge Luis Borges, «todas las cosas están unidas por vínculos secretos», el artista sería un «médium» que pone de manifiesto por medio de la creación algunas de estas misteriosas relaciones que hacen surgir de ese mar de posibilidades que es la inspiración obras como Tristán e Isolda, drama musical en el que convergen la tradición literaria celto-cristiana sobre la leyenda de Tristán e Isolda; las ideas filosóficas de Arthur Schopenhauer; la poesía de Friedrich von Hardenberg «Novalis»; la influencia musical de Franz Liszt y la pasión amorosa que Richard Wagner experimentara por Mathilde Wesendonck.
Richard Wagner (Leipzig, 1813 - Venecia, 1883)
Obertura de Tannhäuser
Redención a través del amor, crítica a las instituciones y a la decadencia del arte, son algunos de los tópicos abordados por Richard Wagner en Tannhäuser, ópera basada en la leyenda del Minnesänger medieval que, desgarrado ante la disyuntiva de dejarse arrastrar por el amor sensual o aceptar la llamada del espíritu, decide regresar a los orígenes de su arte tan sólo para terminar amenazado de muerte por sus iguales y rechazado por la Iglesia como consecuencia de haberse asomado a los abismos insondables del pecado, y para alcanzar el perdón gracias a Elizabeth, la amada, quien después de morir esperando inútilmente su regreso, intercede por él ante Dios.
Estrenada en Dresde el 19 de octubre de 1845 bajo la batuta del propio compositor, Tannhäuser es una ópera en la que Wagner ensaya muchos de los elementos que conformarían sus futuros dramas musicales. Sin embargo, uno de los aspectos que muestran su apego a las fórmulas tradicionales del arte operístico es la presencia de la obertura, la cual sería sustituida en dramas posteriores por el preludio que antecede a cada uno de los actos. En ella, Wagner condensa el conflicto del protagonista por medio de las tres secciones en las que está dividida, de las cuales la central expresa la pasión con la que Tannhäuser exalta con su canto la embriaguez que en él despierta el mundo de los placeres sensuales, sección que es enmarcada por aquéllas en las que la orquesta entona el «Coro de los peregrinos», representación de la piedad, el perdón y la búsqueda de Dios, primero como esperanza, y al final como realización.
Notas: Roberto Ruiz Guadalajara